ternura número dos

caminaba por el medio de la calle dejando que el aire demorara el vuelo de su vestido. sus pies se definían en una línea recta imaginaria sobre los adoquines, aguzando el uno delante del otro, una  diligencia casi militar. perdió la confianza en él cuando se bajó del vagón, minutos atrás, justo antes de terminar el primer capítulo del libro. cualquier libro de 30 céntimos comprado en una tienda de antigüedades sería una buena opción; ya sabía a lo que se enfrentaba.
había pensado en estirarse sobre la jarapa, en el martillo de la playa, pero finalmente el plan del domingo se reducía a visitar a sus tías, en la periferia de la ciudad, donde el fondo azulado envolvía el sinfín de chimeneas humeantes.
las luces de los farolillos rebotaban en su cara, mordían su nariz y la envolvían en un color cobre, que la llevaba a dormir en el medio del desierto. esa noche sabía que en un sólo minuto se dictaría el final de la aventura más estúpida en la que se había embarcado. el latido burbujeando dentro de su pecho no era garantía de estar viva: quería saberlo. ni si quiera se esperó el elevador. cinco pisos a pie fueron una anécdota en la concepción de tiempo que se venía manejando horas, casi días atrás. ya no aguantaba más. ya necesitaba tener la certeza o perder la fé. o las dos cosas.
fue rápido y contundente. casi demasiado para el hilo de vida del que estaban colgando un puñado de meses ilusorios. la decisión final nunca se había descubierto tan clara, tan desesperanzadora, tan lejos del entendimiento emocional. ‘todo es culpa de la oxitocina’ fue la humilde frase que se le vino a la mente. después, pasó largas horas dormida, incluso días, otra vez, sola, como al principio, tendida en la jarapa, comiendo pistachos y leyendo revistas de horticultura.

xío xicarú

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